Mi mujer y yo llevábamos tiempo queriendo visitar Porto Santo, y decidimos pasar dos noches mágicas en una isla paradisíaca situada a un corto trayecto en barco del puerto de Funchal.
Embarcamos a primera hora de la mañana en un ferri que navegó por aguas tranquilas y llegó a Porto Santo en dos horas y media. Optar por mejorar la categoría de nuestro billete para poder acceder a la sala vip fue un acierto, ya que el barco estaba muy concurrido. Esto no solo garantizaba un viaje cómodo, sino que también incluía comida y bebida durante el trayecto.
Estar de pie en la cubierta mientras salíamos de Funchal en la oscuridad fue una forma bonita de comenzar el día. Ofrecía una perspectiva muy diferente, con la ciudad iluminada por la luz de la luna y las farolas, acompañada de la calma y el silencio de unas calles aún sin gente.
A medida que se hacía de día, Porto Santo pronto se hizo visible. Los últimos veinte minutos del trayecto discurrieron paralelos a las playas de arena dorada de la isla, semejantes a una postal.
La ciudad de Porto Santo está a un corto trayecto en coche (unos cinco minutos) de la terminal marítima, al igual que muchos de los hoteles de la isla. Llegamos pronto y nos registramos en nuestro hotel, que, por supuesto, estaba situado en esas mismas playas de arena dorada.
El hotel parecía sacado de una isla caribeña: suelos de madera en la recepción, polvorientos por las pisadas de arena de los huéspedes descalzos o de los que iban en sandalias de la playa a la habitación. El hotel tenía una bonita zona de piscina al aire libre, pero nuestra primera parada fue el paseo marítimo. Fuimos hasta allí para sentir la arena en los pies y escuchar cómo se rompían las olas en la playa dorada que nos había traído hasta aquí.

Las aguas eran cálidas, cristalinas y poco profundas durante bastante rato, lo que nos permitió adentrarnos en el mar, sentir la marea chocar contra nosotros, dejar caer los hombros y empaparnos de tranquilidad. Desde el momento en que llegamos, mi esposa y yo nos sentimos relajados: realmente sentíamos que habíamos viajado en el tiempo.
Compartimos la pasión por la comida, y Porto Santo ofrece una amplia gama de restaurantes que sirven un marisco increíble. Pero antes teníamos que probar el pan conocido como bolo do caco, del que se dice que fue inventado en la isla. Es un pan de ajo único y una absoluta delicia; sinceramente, ¡podría sentarme a comerlo solo con una copa de vino y sería un hombre feliz!

Por supuesto, no vinimos a Porto Santo solo por este pan de ajo. Comenzamos nuestra experiencia gastronómica en un restaurante junto a la playa llamado Pé na Água. La ubicación es perfecta para aprovechar los últimos rayos de sol y contemplar el atardecer. Disfrutamos de un cóctel en la terraza antes de entrar a probar por primera vez las delicias de Porto Santo.
Como amantes del marisco, nos encantó comprobar que se habían superado nuestras expectativas. La comida era excelente, y el amable servicio hizo que la experiencia fuera aún mejor. Nuestro primer día en Porto Santo había terminado, y no veíamos la hora de que empezara el siguiente.

Nuestro hotel tenía un spa increíble, que ofrecía la gama habitual de tratamientos, pero también algo bastante único, que ambos decidimos probar. Nos tumbamos en un lecho de arena y nos sumergimos por completo en arena caliente, que supuestamente favorece la circulación y relaja los músculos. No tengo ni idea de la ciencia que hay detrás de este tratamiento, pero lo que sí puedo decir es que los dos nos sentimos renovados y preparados para el día que teníamos por delante.

Porto Santo también alberga un campo de golf muy especial diseñado por Severiano Ballesteros. El paisaje es espectacular, y los últimos nueve hoyos ofrecen algunas de las vistas más impresionantes de los acantilados de la isla, junto con algunos hoyos realmente memorables.

El club de golf tiene uno de los mejores restaurantes que he visitado. Almorzamos uno de los mejores risottos de nuestra vida en el restaurante Clubhouse, que se eleva por encima del campo de golf y ofrece unas vistas espectaculares de las playas a lo lejos.

Tras regresar al hotel, dimos un relajante paseo por la playa. Es una de las extensiones de arena dorada más bonitas que te puedas imaginar, tan hermosa que podrías caminar durante kilómetros y olvidarte del mundo que has dejado atrás.
Esa noche visitamos un restaurante situado en lo alto de la ciudad de Porto Santo. El restaurante Panorama merece los diez minutos de trayecto solo por las vistas, por no hablar de la posibilidad de contemplar la puesta de sol desde una perspectiva totalmente distinta. El restaurante es muy popular, por lo que recomiendo reservar mesa con antelación para evitar decepciones.
El único problema de nuestra visita a Porto Santo fue que terminó demasiado pronto. No puedo dejar de recomendar enormemente su visita. Si estás planeando un viaje a Madeira, incluye en tu itinerario unos días en Porto Santo.

Esta isla es uno de los lugares más idílicos que hemos visitado, y sin duda volveremos... Esperemos que por más tiempo.
Una semana en Porto Santo sería fantástica para el alma... ¡Estamos deseando volver!
Andy Sullivan